A pocas horas de la vuelta al cole, recibo un e-mail
de mi amiga con unas fotos de este verano, retazos de felicidad. Desde hace
años tenemos una tradición, para nosotras sagrada, la de pasar unos días juntas
en la Costa Brava. Horas en la playa, bajo la bendición del sol, contemplando -cada vez más de lejos- los juegos de sus hijos, de disfrutar de la belleza
infinita de nuestro paraíso particular. Y noches de charlas interminables en la
terraza, con esa sensación de ligereza que te da el Spritz.
Dentro de esa tradición estival, cumplimos con
nuestro rito de ir de excursión a las diferentes calas y pedirle a nuestro faro
que nos ilumine el año porque, para las personas que hemos vivido toda la vida
regidas por el horario escolar, el año empieza en septiembre. Y cada año
volvemos a admiramos por el milagro la naturaleza que inunda nuestros ojos y
nos emocionamos por la gran cantidad de peces que vemos mientras buceamos.
Adoro esa sensación de sentirte fundida en el mar, de vivir ese profundo presente.
Existe un proyecto para convertir nuestro lugar de
peregrinaje en reserva marina pero la crisis -palabra que ya ha devenido en
casi totémica- y la falta de acuerdo entre los diferentes partidos políticos lo
han paralizado. Es evidente que la naturaleza nos sobrevivirá a todos pero no
estaría de más que le echáramos una manita así que espero que, finalmente, el proyecto llegue a buen
puerto.
Y, mientras tanto, feliz inicio de curso.
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