Escucho, ruborizada,
esas palabras entre Álvaro Pérez, El
Bigotes y el expresidente Francisco Camps, palabras que rezuman arrope y
que podrían tener cierta gracia entre dos adolescentes pero que resultan
totalmente ridículas entre dos adultos. Y ya no entro en la culpabilidad o no,
que para eso están los jueces, sino en la falta de decoro, de sentido estético
y, por supuesto, de vergüenza. Porque, mientras los empleados públicos de bien
se lo piensan antes de hacer fotocopias, por no malgastar, mientras que
cualquier estudiante decente espera a tener las notas puestas para decirle a su
profesora que le han encantado sus clases, estos dos se deshacen en melaza a
cambio de, supuestamente, sustanciosos contratos uno y cuatro traje, el otro. Y
eso que ya había leído muchas de esas encendidas declaraciones de amor en la
prensa pero, el oírlas, las convierte en algo aún más ridículo y grotesco.
En los últimos tiempos,
con las noticias de la trama Gurtel; los ERES irregulares que servían, de nuevo
supuestamente, para financiar prostitutas, drogas y alcohol y, cómo no, el caso
Urdangarin, da la sensación de que si España está en la ruina es porque aquí se
ha robado todo lo que se ha podido y más. Y lo peor de todo es que esas personas
ya tenían mucho más de lo que podemos, ni tan solo aspirar, la mayoría de
mortales. Pero, aún así, como si de unos reyezuelos Midas de poca monta se
trataran, han tenido que meter mano en el dinero de público para seguir
enriqueciéndose y ser cada día, de palabra y obra, un poquito más horteras.