miércoles, 14 de diciembre de 2011

Los lunes de Leipzig


Aprovechando mis días en Berlín, he ido a Leipzig a visitar a Javi. Nos conocimos hace años, cuando él era un brillante alumno de bachillerato, mucho más brillante de lo que era consciente. Una vez obtenido el título con excelentes calificaciones decidió, en un acto de madurez que pocas veces se da que, de entrada, no iría a la universidad. No quería empezar una carrera sin estar convencido de que realmente le interesaba así que optó por un módulo de turismo dada su fascinación por las lenguas. Consiguió una beca para Alemania y su nivel de alemán era tan bueno que, una vez finalizada, se le propusieron un puesto de trabajo y allí se quedó hasta que le concedieron una beca para San Francisco. Después de esto, decidió que quería estudiar Traducción e Interpretación y está cursado la carrera con un gran número de Matrículas de Honor.
Ahora está en Leipzig con una beca Erasmus y, mientras paseábamos por sus calles, me dijo que, cuando se le acabe, no cree que regrese a Barcelona. ¿Para qué? ¿A qué trabajos puede optar aquí? La vida se le antoja más fácil y con mejor futuro en Alemania, como a tantos otros jóvenes. Yo lo animé a hacerlo, por supuesto, ya que sin duda es la mejor opción, pero no pude evitar pensar en la sangría de talento que está sufriendo España.

Javi me llevó a la iglesia en la que se reunían para rezar antes de la caída del muro y en la que hablaban de su oposición al régimen comunista. Allí se gestaron los “Lunes de Leipzig”, las concentraciones pacíficas contra el gobierno que culminaron en la multitudinaria manifestación del 16 de octubre de 1989 ante la impotencia de las autoridades. Es una iglesia de aspecto austero por fuera pero muy bonita y colorista por dentro con unas columnas que parecen palmeras. Fuera, se erige una de ella que simboliza la revolución que sale de la iglesia hasta las calles. Bonita lección.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Monopoly

De pequeña, uno de mis juegos preferidos era el Monopoly. Ay, esas tardes de partidas interminables, ahorrando para comprar hoteles y luego, la alegre sorpresa de ir por Barcelona y descubrir el nombre de las calles que habíamos aprendido en el famoso tablero. Ahora, cuando constantemente nos bombardean con las decisiones de las agencias de calificación, esos pájaros de mal agüero de la deslucida épica actual, me acuerdo del Monopoly porque me parece que tener una de esas tristemente célebres agencias -de las que no sabíamos nada no hace tanto- es como jugar una partida con dinero de verdad en la que, además, siempre ganas. Lo peor para todos los que no tenemos uno de esos negocios es que sus decisiones, al más puro estilo "efecto mariposa," acaban suponiendo la bajada del sueldo de los funcionarios y de las pensiones, la destrucción de puestos de trabajo, la precarización de la sanidad y de la educación pública... 

Y es que parece que no hay más opción que seguir los dictados de los gurús expertos en macroeconomía y los archicacareados mercados y si no les gusta como van las cosas, quitan del medio al presidente de turno, ponen un tecnócrata y santas pascuas. Por mucho que nos alegremos de perder de vista al inefable Silvio Berlusconi, lo que ha pasado en Italia y en Grecia es terrible. No es que confíe en la buena fe de los políticos, ni mucho menos, pero estos, al menos, saben que sus acciones serán sometidas al dictamen de las urnas y eso es un freno a la hora de tomar según que medidas. Pero los tecnócratas no, así que pueden imponer lo que se tercie, por muy impopular que sea. En ese sentido, me parecen elocuentes las lágrimas de Elsa Fornero, la ministra italiana de Bienestar Social. Se ha discutido mucho sobre si eran pertinentes o no y sobre si resulta decorosos que alguien con su cargo llore en público pero eso no me parece importante. Lo crucial aquí es que lo que el pueblo vote no tiene ya ningún valor, se ha convertido en papel mojado. El grito de "no nos representan" cobra ahora más sentido que nunca y eso es peligroso, muy peligroso.