lunes, 8 de agosto de 2011

Bella


He de confesar que soy adicta a todo tipo de masajes, tanto o más que al Sprit –por cierto, el otro día fui a comprar una botella de Aperol y me regalaron media docena de vasos con el logo Aperol-Spritz, que ya era hora que tuvieran un detalle, con la de publicidad que les llego a hacer- y esos masajes incluyen los de belleza, claro. Me gusta el placer que siento con el masaje así como los olores y el tacto de los productos que se usan y la música de fondo. Y, por supuesto, me gusta sentirme bella. Para mí la belleza es algo importante, tanto la de los demás como la mía. Y entiendo que esa belleza surge, sobre todo, de una vida lo más acorde posible a lo que somos y cómo queremos estar en el mundo.
            Un amigo colgó en su perfil de Facebook una de esas imágenes dobles de “sin photshop” y “con photoshop” que pretenden mostrar lo estropeaditas que están las famosas –el blanco de las burlas suelen ser, en la mayoría de los casos, la mujeres- sin pasar por la tecnología. A mí, sin embargo, me gustaba más la foto sin retocar. En esta aparecía una mujer de cierta edad, con arrugas, como es lógico, y bastante bella. En la otra, una cara de muñeca de porcelana engastada en un rostro anciano. Seguí mirando la página web de donde la había sacado y era uno de esos catálogos de los horrores que ha llegado a perpetrar la cirugía (supuestamente)estética en muchas personas, mayoritariamente mujeres otra vez.  Es decir, que muchos hombres –cirujanos, dueños de clínicas- están ganando mucho, muchísimo dinero a costa de la inseguridad de muchas mujeres, inseguridad que se refuerza por el bombardeo de imágenes falseadas en las que adolescentes simulan ser mujeres mayores o en las que lo que percibimos como una mujer son en realidad varias –en cine y televisión las piernas pueden ser de una, la cara de otra, las manos de una tercera…- y, como guinda final, los polvos mágicos del photoshop. Y, por supuesto, mucho de la sociedad de consumo en juego: dietas personalizadas, un interminable catálogo de productos adelgazantes, gimnasios, cremas, centros de estética, tiendas de ropa…

            Una de las cosas más estúpidas de la cultura occidental en la que vivimos es el desmesurado culto a la juventud y el desprecio a la vejez. El paso del tiempo es algo maravilloso porque implica más experiencias vividas, nuevos retos, fracasos que nos han enseñado o éxitos que nos han alegrado, personas amadas, amantes, nuevas vidas. Lo contrario es la muerte y es, ciertamente, terrible. Por ese, brindo con Spritz por el cumpleaños de la bellísima Briseida.

martes, 2 de agosto de 2011

La ley del orden


Veo el reportaje de Jon Sistiaga Amarás al líder sobre todas las cosas y algo llama poderosamente mi atención. No se trata de la delirante concepción del mundo en Corea del Norte, que parece calcada de 1984. Por desgracia, los regímenes totalitarios y sus fascinantes puestas en escena son algo viejo y, por lo tanto, ampliamente estudiado y analizado. Lo que realmente me ha sorprendido es la presencia en el reportaje de Alejandro Caos de Benós de Les y Pérez, un aristócrata de Reus, comunista convencido, que preside la “Asociación de Amistad con Corea”, una agrupación financiada por el dictador Kim Jong iI y dedicada al proselitismo. Alejandro se ha ganado la confianza del régimen y se ha convertido en un personaje tan popular que incluso aparece en la televisión cantando en coreano. Organiza viajes a Corea del Norte por el módico precio de 2400 euros y es uno de los encargados, junto con los amables “guías” de que ningún turista pueda grabar o fotografiar más que lo que ellos consideran oportuno y de que no puedan establecer contacto con ningún ciudadano.
            ¿Qué puede llevar a alguien que ha crecido en una democracia –por muy imperfecta que esta sea- a defender firmemente una dictadura en la que han muerto miles y miles de personas por hambre? ¿Cómo creer que el dictador ha escrito de su puño y letra, él solito, nada más y nada menos que 18.000 libros que, además, son de una gran densidad?¿Cómo justificar que los dirigentes comunistas viajen en Mercedes y el resto de la población en bicicleta? Según él, su desengaño por un mundo egoísta.
            Algo similar me sucede cuando veo a una mujer española convertida al islam, velada y asegurando que el velo le da la libertad. Por mi trabajo viví de cerca la llegada de mujeres marroquíes a Cataluña a mediados de los 90. En aquel momento, solo algunas de las casadas, normalmente las que venían del campo, se cubrían la cabeza, pero casi nunca las solteras y, ni mucho menos, las niñas. Ahora, la mayoría de crías acuden a los institutos cubiertas. También viví como obligaron a casarse a una adolescente con un señor que hasta para mí resultaba mayor y como fue obligada a usar el hiyab. Por supuesto, el tema de dicha prenda es muy complejo y yo no soy nadie para sentar cátedra al respecto pero sé, por mi experiencia, que en muchos casos se trata de imposición y, sobre todo, de presión social. La prueba está en que se pueden ver más pañuelos en la periferia de Barcelona que en Casablanca.
            Es difícil, si has crecido en un régimen totalitario que impide cualquier contacto con el exterior, tener una opinión crítica al respecto, del mismo modo que es difícil ser realmente libre ante la decisión de cubrir o no tu cabeza en un ambiente islámico pero, ¿por qué personas de nuestro entorno sucumben ante esto? Es difícil encontrar una respuesta. Supongo que tiene que ver con la falsa ilusión de seguridad que dan las verdades absolutas, la necesidad de asideros sólidos en la actual sociedad líquida, creer que de verdad existe un mundo perfecto, ordenado, en el que basta obedecer unos preceptos para encontrar la felicidad.