Veo
el reportaje de Jon Sistiaga Amarás al
líder sobre todas las cosas y algo llama poderosamente mi atención. No se
trata de la delirante concepción del mundo en Corea del Norte, que parece
calcada de 1984. Por desgracia, los
regímenes totalitarios y sus fascinantes puestas en escena son algo viejo y,
por lo tanto, ampliamente estudiado y analizado. Lo que realmente me ha
sorprendido es la presencia en el reportaje de Alejandro Caos de Benós de Les y
Pérez, un aristócrata de Reus, comunista convencido, que preside la “Asociación
de Amistad con Corea”, una agrupación financiada por el dictador Kim Jong iI y
dedicada al proselitismo. Alejandro se ha ganado la confianza del régimen y se
ha convertido en un personaje tan popular que incluso aparece en la televisión
cantando en coreano. Organiza viajes a Corea del Norte por el módico precio de
2400 euros y es uno de los encargados, junto con los amables “guías” de que
ningún turista pueda grabar o fotografiar más que lo que ellos consideran
oportuno y de que no puedan establecer contacto con ningún ciudadano.
¿Qué puede llevar a alguien que ha
crecido en una democracia –por muy imperfecta que esta sea- a defender
firmemente una dictadura en la que han muerto miles y miles de personas por
hambre? ¿Cómo creer que el dictador ha escrito de su puño y letra, él solito,
nada más y nada menos que 18.000 libros que, además, son de una gran densidad?¿Cómo
justificar que los dirigentes comunistas viajen en Mercedes y el resto de la
población en bicicleta? Según él, su desengaño por un mundo egoísta.
Algo similar me sucede cuando veo a
una mujer española convertida al islam, velada y asegurando que el velo le da
la libertad. Por mi trabajo viví de cerca la llegada de mujeres marroquíes a
Cataluña a mediados de los 90. En aquel momento, solo algunas de las casadas,
normalmente las que venían del campo, se cubrían la cabeza, pero casi nunca las
solteras y, ni mucho menos, las niñas. Ahora, la mayoría de crías acuden a los
institutos cubiertas. También viví como obligaron a casarse a una adolescente
con un señor que hasta para mí resultaba mayor y como fue obligada a usar el hiyab. Por supuesto, el tema de dicha
prenda es muy complejo y yo no soy nadie para sentar cátedra al respecto pero
sé, por mi experiencia, que en muchos casos se trata de imposición y, sobre
todo, de presión social. La prueba está en que se pueden ver más pañuelos en la
periferia de Barcelona que en Casablanca.
Es difícil, si has crecido en un
régimen totalitario que impide cualquier contacto con el exterior, tener una
opinión crítica al respecto, del mismo modo que es difícil ser realmente libre
ante la decisión de cubrir o no tu cabeza en un ambiente islámico pero, ¿por
qué personas de nuestro entorno sucumben ante esto? Es difícil encontrar una
respuesta. Supongo que tiene que ver con la falsa ilusión de seguridad que dan
las verdades absolutas, la necesidad de asideros sólidos en la actual sociedad
líquida, creer que de verdad existe un mundo perfecto, ordenado, en el que
basta obedecer unos preceptos para encontrar la felicidad.
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