Recuerdo
muy bien el año anterior a mi entrada a la Universidad. Cómo olvidar el placer
que me producía estudiar Literatura Española o Historia del Arte, las horas de
bar en las que se fraguaron amistades que aún duran, las risas, los planes, los
sueños, los anhelos… Pero también recuerdo la profunda angustia, el pavor que
me producía la temida selectividad, aquel monstruo de varias cabezas que tenía
el poder de decidir nuestras vidas. Algunos domingos, tras haberme quedado en
casa estudiando, llamaba a mi querida Manoli y las dos llorábamos desconsoladas,
pensando que jamás aprobaríamos. Mi madre nos calmaba diciendo que sí, que
claro que íbamos a aprobar y que éramos las mejores. Después de un curso con
algunas escenas dramáticas, con esa intensidad tan propia de la adolescencia,
cuando se acercaba el gran momento, apenas me podía concentrar porque me
enamoré de tal manera que en lugar de estudiar fantaseaba con el momento de
poder estar juntos.
Aunque parezca un poco extraño, tengo
muy buen recuerdo de los días de la selectividad. Me tocó, proféticamente,
examinarme en la Facultad de Filosofía y Letras y tengo muy presente aquella
sensación de vínculo indestructible con mis amigos, esa solidaridad que da estar
en una situación tan particular, con un objetivo tan claro y definido. Y luego
que -supongo que por los nervios y por tener unas amigas realmente divertidas-
nos reímos muchísimo, tanto, que acabaron por llamarnos la atención en la biblioteca.
Y después de aquello me esperaba uno de mis mejores veranos con días de playa y
piscina, noches de fiestas interminables bailando hasta que se hacía de día y
dormir el tiempo justo para tomar fuerzas y volver a salir a la calle a
disfrutar de la amistad, del amor, de toda aquella vida que tenía tantas ganas
de vivir.
Quién
me iba a decir, en aquel momento, que la selectividad iba a estar
presente, de forma cíclica, muchos años, orientando mis clases hacia esa prueba
o bien como correctora. Me emociona una y otra vez sentir la inquietud de las
personas que se presentan y siempre intento dar los mejores consejos académicos
para sacar buena nota, pero creo que, en realidad, siempre se me olvida decir
los más importante y es que, pese a la trascendencia que le damos, no es más
que un juego. Y desearles, también, que
la vida les ponga muchos retos y que los acepten; que no tenga miedo al fracaso
y que no se engolfen en el éxito; que en los momentos de desolación, tengan
siempre a alguien que les de mimos; que no pierdan nunca las ganas de aprender,
de reír, de divertirse, de amar, de soñar y que, sobre todo, les acompañe a lo
largo de toda la vida esa maravillosa energía de los 18 años.
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