Si
un concepto ha hecho fortuna en Cataluña en los últimos tiempos ese es, sin
duda alguna, el de “derecho a decidir”. Las razones de su éxito son fáciles de
deducir: a todo el mundo le encanta tener derechos –el tema de los deberes ya
nos cuesta un poco más- y se trata de algo que parece incontestable porque la
persona que ose cuestionarlo será acusada inmediatamente de mezquindad. Y es que
solo desde la perfidia se pueden negar los derechos de un pueblo. Sin embargo,
la realidad es que no se trata, precisamente, de un concepto diáfano como
trataré de demostrar.
¿Se trata de un derecho?
Para
empezar, según Eva-Maria Poptcheva, doctora en Derecho Constitucional y especialista
en Derecho Internacional, se trata más bien de un concepto de propaganda
política que de un concepto con valor jurídico. Lo único que podría representar
jurídicamente el “derecho a decidir” es la democracia directa, es decir, que la
ciudadanía decida sobre cualquier asunto de forma directa y no a través de sus
representantes, tal y como sucede en nuestra democracia representativa. Parece
obvio que esta no es la forma más eficaz de toma de decisiones y que, en todo
caso, no es la que persiguen los políticos catalanes. Para que exista un
derecho tiene que existir una norma, es decir, la norma es previa al derecho y,
como no existe ninguna norma al respecto, el mal llamado “derecho a decidir” no
es ningún derecho como se nos pretende hacer creer.
Esto
no parece ser ningún obstáculo para los políticos catalanes que contraponen
legalidad versus legitimidad con total ligereza. De nuevo estamos ante una de
esas afirmaciones de tono épico que tanto gustan porque no hay nada más bonito
que la idea de la voluntad de un pueblo –recordemos el eslogan de CiU en los
últimos comicios- frente a algo tan prosaico como las leyes. Pues bien, no
debemos olvidar que si estamos en un Estado de derecho que garantiza, por
ejemplo, la protección de las minorías, es gracias a las leyes. Por otra parte,
cuando se contrapone legalidad y legitimidad se niega la legitimidad de la otra
parte, ¿por qué es más legitima la opinión de los que se quieren saltar la
constitución que la de quienes la quieren respetar?
¿Decidir qué?
Si
seguimos analizando este concepto, aparece una nueva duda: “decidir” exactamente
qué. Decidir es un verbo transitivo y, por lo tanto, necesita un complemento
directo. Si bien tanto en español como en catalán este verbo se puede usar de
forma absoluta –es decir, sin necesidad de CD en construcciones como “siempre
decides tú”- no parece que este sea el caso porque aquí no queda nada claro que
es lo que se puede decidir y la prueba más evidente de ello es que no se
traduce a otras lenguas. En ningún país de nuestro entorno se entiende esta
construcción porque no se especifica qué es lo que se puede decidir. Se trata,
entonces, de un supuesto “derecho a decidir” en el que se obvia el CD de tal
manera que recuerda a la protagonista de la copla Yo soy esa que, sin nombre propio, se tiene que conformar con lo
que le quieran llamar. A veces parece lo que se puede decidir es ser
independiente y otras, según palabras de Núria de Gispert, presidenta de la
Comisión del Derecho a Decidir en el Parlamento catalán, el ámbito de las
decisiones es de lo más variopinto y propone hasta cinco cuestiones que van
desde el concierto económico hasta que nadie se inmiscuya en cuestiones
lingüísticas. Por supuesto, esta multiplicidad va totalmente en contra de la
claridad de la pregunta como señala a “Ley de Claridad” canadiense de 2000 o el
Código de Buenas Prácticas en Materia Electoral (2002) de la Comisión de
Venecia. Entonces, ¿por qué se ha escogido un sintagma tan confuso?
“Derecho a decidir” se empieza a utilizar en
2003 en el País Vasco en el conocido popularmente como “Plan Ibarretxe”. Ni
esta comunidad autónoma ni Cataluña son colonias, ni sufren una dictadura ni
son pueblos oprimidos –aunque a uno podría creer lo contrario si lee los
argumentarios de ciertos partidos políticos- así que no pueden acogerse al
derecho de autodeterminación y de ahí que necesitaran de este invento de la
neolengua nacionalista. Según la propaganda oficial, este es un clamor que
surge del pueblo y por eso los buenos demócratas han de darle una respuesta pero,
sin embargo, la realidad es que en 2006 se constituye la Plataforma del Dret a Decidir (PDD) subvencionada por la
Generalitat. Seis años después, el Centre
Unesco de Catalunya (Unescocat, que tiene más que ver con la Generalitat
que le otorgaba generosas subvenciones que con la UNESCO) publica un informe
titulado Del derecho a la autodeterminación al derecho a decidir. Un posible
cambio de paradigma en la reivindicación de los derechos de las naciones sin
estado http://www.unescocat.org/fitxer/3373/QR4%20okxweb.pdf en
el que se insta a sustituir el “derecho de autodeterminación” por el “derecho a
decidir”. Dicho informe está firmado por Jaume López Hernádez que, casualidades
de la vida, fue socio fundador y presidente de la PDD.
Así pues, “derecho a decidir” es un neologismo creado desde el poder –y no por
la voluntad espontánea del pueblo- para soslayar el derecho internacional, que
no se utiliza en ningún otro país y que no se recoge en ninguna legalidad
internacional. En dicho documento se señalan, además, unas “propuestas de
actuación” que debe seguir los partidos y entidades nacionalistas y se trata de
desvincular “el derecho a decidir” -considerado una reivindicación soberanistas-
del “derecho de autodeterminación”. Así, según el autor, el “derecho a decidir”
se basa en un principio de “radicalismo democrático” y no en una reivindicación
independentista.
¿Tenemos derecho a decidir?
Finalmente,
tal y como recordó Artur Mas el 06 de junio de este año, en caso de celebrarse
el referendo –algo bastante complicado con la ley en la mano-, este no sería
vinculante con lo cual, más que de “decidir” deberíamos hablar de “opinar”.
Estamos pues ante un derecho que no es tal; ante un ámbito de decisión
absolutamente indeterminado y en el que, para colmo, en realidad no podemos
decidir nada sino tan solo opinar. Y pese a todo, bajo este sintagma nominal se
construyen comisiones, pactos e incluso conciertos y otros actos lúdico-reivindicativos.
Quizá ya va siendo hora de empezar a llamar a las cosas por su nombre y cambiar
el poco pertinente “derecho a decidir” por “consulta sobre la secesión”. Y
veremos quién sigue defendiéndolo.
NOTA: Artículo publicado en Crónica Global el 12 de septiembre de 2013.
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