Como a la mayoría de la
gente, a mí también se me quedó la sangre helada cuando me enteré de la
sentencia en el juicio de Marta del Castillo. Una, evidentemente, se pone en la
piel de esos padres que al dolor inabarcable de la muerte de una hija
adolescente tienen que sumar la desgarradora aberración de no saber ni dónde
está el cuerpo para poder empezar un proceso de duelo. Y, encima, la sensación
de que unos niñatos se han reído de todo el mundo. Tras esto, intento entender
que en un estado de derecho solo se puede actuar según la legislación vigente y
que tan solo se puede condenar si las pruebas son claras y contundentes. Da
rabia, mucha rabia, pensar que algunos culpables, como dice el abuelo, “se han
ido de rositas”, pero también hay que entender que castigar a personas que no
han hecho nada no solo no devolverá la vida a Marta sino que sumará nuevas
víctimas a su muerte.
Leo en el informe psicológico de Miguel Carcaño, el autor
confeso de la muerte de la joven, que "es una persona con dificultades para establecer
fuertes y estables vínculos afectivos, así como para comprender o ponerse en el
papel de los otros". Y concluye con que es un “egocéntrico consentido”. No
me extraña. Desgraciadamente, estoy acostumbrada a tratar con este tipo de
perfil. Cada vez es más común encontrar adolescentes que reivindican todos sus
derechos –y otros que se inventan- pero incapaces de entender que, además,
tienen deberes y que sus derechos y su libertad hacen frontera con los derechos
y la libertad de los demás. Suelen tener un escaso control de sus impulsos y
una absoluta intolerancia a la frustración, es decir, no aceptan un “no” por
respuesta y siempre hacen todo lo posible por satisfacer sus deseos de forma
inmediata. Si son pillados cometiendo una infracción, suelen mentir y manipular
para intentar salirse con la suya. Este es un tema hace mucho tiempo que me
preocupa: veo salir de los institutos a personas –a veces con el título de la
ESO y otras no- que pese a haber estado hasta los dieciséis años en el sistema
educativo, a duras penas saben leer y escribir; personas incapaces de cumplir
con sus mínimas responsabilidades –ir a clase, llegar a la hora, presentar las
tareas…-; que contestan de forma maleducada e insultan constantemente. Personas
que, en el peor de los casos, han empezado ya a delinquir con el hurto de
móviles, portátiles y cobre y que ya se han tenido que enfrentar a juicios de
los que han salido inmunes. No sé, pero creo que hay algo que estamos haciendo
mal, muy mal.
Es un problema global que afecta directamente a familias y a transeuntes además de la escuela.
ResponderEliminarEs la cultura del ande yo caliente y ríase la gente y la depreciación de que mi libertad termina donde empieza la del vecino. A partir de aquí todo es posible como bien razonas.
Exacto, cuando decía que lo "estamos haciendo mal, muy mal" me refería a la sociedad, a los valores -o falta de valores- que impera.
Eliminar